martes, 26 de julio de 2022

La pesadilla de la monjita

La monjita se iba a dormir meditando el evangelio del día siguiente, y hasta el momento, nunca había tenido una pesadilla relacionada con el sagrado texto.

Pero esa noche fue una revelación: años más tarde la recordaría como “la gracia de la iluminación” …

La lectura correspondía a San Lucas, el capítulo 10, hacia el final, donde se leía una famosa parábola de Jesús: “el buen samaritano”.

La monjita solía leerlo a última hora, antes de que apaguen las luces, prácticamente ya en la cama, y de esa manera, hasta “soñaba” con Dios… Le había recomendado esta piadosa práctica una superiora, allá por los años de noviciado, la maestra de novicias justamente, una señora simpática con algunas, y medio agria con otras…

Pero esta vez, no soñó dulces sueños de ensueños, sino que “escuchó” una parábola muy similar a la del décimo capítulo de Lucas, pero con personajes y diálogos cambiados… Se despertó aterrada.

Algo así fue lo que años más tarde logró poner por escrito y hacernos llegar para nuestra propia iluminación. ¡Ah, me olvidaba! Cuando compartió este escrito, la echaron de la congregación… Los cargos eran por generar murmuración y mal espíritu.

“Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores…” comenzaba el texto que había leído a las 10:45 de la noche…

Pero de repente… ¡epa! El texto en el sueño cambió…

“Casualmente, bajaba por aquel camino un seminarista y, al verle, dio un rodeo.” 

¿Cómo podía ser? Ella recordaba que el texto original siempre hablaba de sacerdotes, no seminaristas.

Y para colmo, la pesadilla traía glosas inesperadas:

“No… no puedo detenerme, - murmuraba el seminarista-, porque tengo que cumplir los horarios. Además, si este tipo salió del mejor seminario, por algo será. Es peligroso para mi vocación. Mejor sigo…”

Lo peor de la pesadilla es que la monjita se acordaba cada una de las palabras de estos intrusos personajes que de repente atropellaban la escena y agregaban frases medio apócrifas…

“De igual modo, una monjita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo” …

¡Sí, una monjita! Eso mismo le dictaba el sueño que, de extraño pasaba a ser estremecedor. ¿Ahora también una monjita como ella tomaba lugar en la parábola?

La glosa, a modo de revelación con moraleja, la asustaba:

“No… no puedo detenerme, porque si salió es porque se equivocó, y es muy peligrosa para mí. El problema era ella, y porque tenía juicio propio, terminó así. Pobrecita… se puede condenar en el mundo. Mejor sigo rápido porque tengo que llegar a Jericó a las 20 hs que empieza la adoración. Y hay que ser santa. El que obedece no se equivoca; no hay otra manera de ser santa.”

Lo más extraño para nuestra monjita fue el final de esta historia: el samaritano que, en teoría, ayuda al prójimo herido, resulta que era también una chica que había salido del convento, ex servidora, de esas peligrosísimas. ¡Qué paradoja! ¡No podía ser!

A las 6 de la mañana sonaron las campanas para la Misa.

La monjita no había podido conciliar el sueño, o la pesadilla.

Se calzó el hábito, y se fue confundida a escuchar la lectura del evangelio según San Lucas.

El curita que celebraba era jovencito, de esos que sólo repiten lo que le han dicho sus formadores durante 8 años seguidos. Leyó el evangelio, y cuando todas esperaban el bonito sermón del día, de tres minutos, nuestra monjita se llevó una última sorpresa:

El cura flaquito sacó de su bolsillo una hoja, -o mejor dicho, 8 hojas-, y comenzó a leer.

No podía hacer un sermón común ese día. No. Le habían mandado que leyera un escrito, un poco extenso, pero muy necesario para el momento que estaba pasando su “Congre”.

El escrito que no llevaba firma, y que estaba publicado en un sitio web “no oficial” de su propia congregación, se titulaba “La gracia del combate”.

A la monjita le pasó, sin embargo, una buena: a los dos minutos de lectura, justo cuando el curita empezaba el título “Dichosos los perseguidos a causa de la justicia”, se durmió profundamente… Pero esta vez no soñó nada.

 

Moraleja:

Esta fábula me la inventé yo, con el fin de ilustrar el comportamiento y la actitud de muchas monjitas, (seminaristas y curas), que ven caer a derecha e izquierda tantas compañeras e incluso amigas suyas, y, sin embargo, por seguir el pensamiento sectario del IVE y de las Servidoras, miran a otro lado y piensan que hacen bien.

 

 

Luis de la Calle

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