¡Había que saltar! ¡Y todos debían saltar! ... Saltar para ser de María…
Efectivamente: había una vez una congregación religiosa que, de a
poquito, se había ido transformando, cada vez más… en un gran grupo de
saltarines boy scouts.
No era lo único en lo que había devenido dicha congregación otrora
tradicional y seria. Además, -como muchas otras en la actualidad-, se había
mundanizado llamativamente, concediendo a sus miembros el uso de telefonitos
celulares, con sus accesos a las distintas y muy actuales redes sociales.
Estaba la monjita que poseía uno, y que publicaba chismes en su “estado” de WhatsApp.
No faltaba la otra que lo miraba con una inmediatez nunca antes vista, e incluso
en horarios destinados a otras actividades más santas, y lo comentaba. Otro
tanto, por supuesto, sucedía con los varones. Ya se habían modernizado lo
suficiente, y lejos quedaban los tiempos en los que se recomendaba una prudente
distancia entre los sexos.
Pero el fenómeno del infantilismo había llamado especialmente la
atención en un "viaje-peregrinación", (exclusiva, por supuesto, para sólo algunos)
… (y financiada no sabemos con cuáles fondos y cuentas “en la oscuridad”),
cuando al final de una ceremonia religiosa, todavía con los ornamentos para la formal
ocasión, se entonó un canto muy de campamento para niños, y muy distinto a
cualquier himno que uno podría imaginarse. El cantito pedía a los gritos las
letras de la palabra “María”, dirigido por uno de ellos que los lideraba, y
terminaba con una simple consigna: “el que no salta no es de María”.
La incómoda situación no duró mucho tiempo… Quizás, máximo, un minuto, dos
minutos… Pero fue suficiente para que algunos de los religiosos se sintiesen
claramente molestos.
La realidad es que el video que registró dicho bochorno institucional no
muestra a los dos muchachos de los que hoy queremos contarles: Antonio
Contreras y Felipe Gordillo.
En efecto: sólo Antonio y Felipe… no saltaron.
¡Escándalo! ¿Cómo no saltar? Eso denotaba un clarísimo “mal espíritu” …
Pero las razones por las que no lo hicieron fueron bien distintas: uno
porque no podía, y el otro porque no quería.
Ya se imaginarán qué hizo Gordillo: con su pesado cuerpo y sus rodillas
cansadas, se abstuvo de los ridículos saltitos que para nada le ayudaban y
mucho menos cambiarían su devoción a María.
Contreras, por el contrario, se encargó de hacer la contra, y no quiso
saltar. ¿Por qué?... Pues, porque no quiso. Y además de no querer hacer el
ridículo una vez más en dicha congregación boy scouter, estaba
convencido de que, para ser de María, no era necesario “saltar”. Con tan simple
razonamiento se abstuvo manifiestamente de formar parte del numeroso grupo
mixto, curas y monjas, que repetían a los gritos, cual otros niños de
campamento, las alocadas consignas de un arengador de circo.
La historia, como les digo, no duró mucho. Pero el arengador de circo, al notar
el “mal espíritu” de Antonio Contreras, se acercó a donde se encontraba, en las
primeras filas, y le gritó sin mucho disimulo, agitando sus brazos de arriba abajo:
“¡el que no salta no es de María!” …
A Gordillo lo dejaron tranquilo porque, aparte de la evidente excusa, no
era de los que andaban disintiendo del espíritu de la “Congre”. Pero a
Contreras no lo perdonaron. Se lo fichó nuevamente como “peligroso”, “mal
espíritu”, “juicio propio”, y se desaconsejó que las religiosas se confesasen o
hablasen con él.
Antonio Contreras (que jamás existió), se sintió tranquilo de conciencia
al reafirmarse en la convicción de que, para ser devoto de la Virgen María, no
es necesario andar saltando como langostas.
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