En la comarca mendocina había de todo: caricias y también golpes.
De las caricias ya hemos narrado algunas historias, como aquella del
cuarto del Padre Buela. Buela era el cura “Violador” que le
habían hecho “el muñeco volador”. Condenado por las autoridades de la alta
jerarquía, pero negado por sus seguidores y ocultado a sus inferiores, el viejo
“aBuelo/a” gozaba de gran prestigio a pesar de todo, y ya desde los
inicios de la comarca, acariciaba a sus elegidos, con gustos parecidos a los de
su viejo amigo, el defenestrado ex príncipe, “Tío Mac”.
Pero en esta loca comarca no todos recibían “las caricias del aBuelo/a”
… también se recibían golpes… Se practicaba una especie de boxeo religioso,
porque la susodicha comarca era en verdad un seminario religioso… así
decían.
Hace mucho tiempo el aBuelo/a había nombrado Rector de la comarca a un
cura que no tenía ni idea de estudios académicos, y en cambio, de lo que sí
sabía, -además de caricias a escondidas-, era de golpes. Tanto sabía y tanto
impartía, que el corpulento rector pasó a la historia quedando en el recuerdo y
en el espectro comarquiano, algo así como el “Gurka”. Era difícil saber
su verdadero nombre, como ya hemos narrado en “cambio de nombre para todos”.
De teología, filosofía y básicos modales humanos sabía menos que Axel Kicillof, y como religioso era buen mecánico, digamos.
Anécdotas de todo tipo y todo golpe se transmitían de generación en
generación en la escuela de boxeadores mendocina. Al final, no se sabía con
exactitud cuál de todas esas viejas historias era verdadera o había pasado al
generoso y amplio campo de la exageración pintoresca. Si uno escuchara
cualquier “golpiza” de aquellas, lo primero sería dudar de su veracidad. De hecho,
no cabía en la mente de ningún seminarista honesto que un tipo así haya sido de
verdad el Rector de la institución.
Algunos contaban de golpes fuertes a seminaristas mientras se “jugaba”
al fútbol. El Gurka era “calentón”. Muchos otros testimonios hablaban de agresiones verbales y físicas a algún que otro muchacho que se le cruzaba en su
mal humor. Otros tantos contaban, como si fuesen honrosos hitos de una época
fundacional hermosa, más y más historias del Gurka, interminables e incontables,
donde se relucía el “macho” y el “hombre” al que todos tendrían que imitar para
no ser unos blanditos afeminados. Lo más triste y más gracioso también, era que,
en verdad, los extremos se tocaban, y, como hemos escrito en “dime de qué presumes y te diré de qué careces”, tanto el inepto Rector del “seminario”
como el intocable aBuelo/a, ambos preferían las caricias a escondidas que
aquellos golpes exteriores, que sólo eran la imagen, y no la realidad.
Al final, todos preferimos la realidad que la simulación. Al final, la
primera sale a la luz, y la segunda se desvanece con el tiempo.
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