Ahora que se acerca el Mundial, vamos por una figurita muy difícil: encontrar un nombre para Rosita.
Rosita era una chica muy piadosa, (y por eso tenía vocación); la habían “fichado” en un campamento del estudiante, y ahora, en plena flor de la juventud, tenía que “elegir” su nuevo “nombre”, el cual, supuestamente, llevaría para siempre.
La vocación que le habían encontrado era a la vida religiosa, en una congregación que florecía en vocaciones numerosísimas… tantas que muchos habían perdido la cuenta, pero no solamente eso: ya no les quedaban más nombres para sus monjitas.
En esa situación alarmante, pero gozosa, se encontraba nuestra Rosita, que no es exactamente la comentadora de este blog.
- Proponé tres nombres - le dijo la Maestra de novicias. -Advocaciones de la Virgen, en la medida de lo posible.
- Sí, Madre - contestó solícita Rosita, y no dudó en preguntar rápido, para estar tranquila: - ¿Y no puede ser mi propio nombre, poniéndole “María” adelante, tipo “María Rosita”? ...
- ¡Jajaja! No, querida, eso hacen las monjas “progres” con jopo y pollera corta - le respondió con mucho tino la superiora. - Tienen que ser nombres tradicionales de la Virgen, y si tenés dudas, consultálo con tu director espiritual. Pero acordáte de presentar tres.
- ¿Y si ya está ocupado? - continuó la jovencita.
- ¿Ocupado?... ¿Cómo va a estar ocupado? Obvio que no vas a elegir el nombre de otra monja. Tenés un montón de opciones, nena. Rezálo, sé creativa, y si no se te ocurre nada, nosotras nos encargamos. Podés agarrar las letanías de la Virgen, en latín, en español, y andá sacando ideas.
La postulante asintió con la cabeza, dio las gracias a su “Madre”, y abandonó el cuarto, reconfortada con la idea de ir al final del “cancionero litúrgico”, a echarle una mirada a las letanías.
La historia del nombre de Rosita no se prolongó mucho tiempo: finalmente llegó el día del “cambio de nombres” y en un coloquio de menos de 2 minutos le comunicaron el nombre “elegido”, una media hora antes de la ceremonia, para que la joven no sufriese más la comprensible ansiedad y pánico que ya estaba manifestando.
-Madre, Madre, ¿ya lo tiene? - preguntó agitada Rosita la postulante.
-Si Rosa, escuchá bien: tu nombre al final lo “propuso” la madre provincial, porque los que propusiste vos… eh… después de la reunión de consejo, junto con todas las madres y consejeras, se vio que, bueno, no convenía ninguno, ¿viste? Era mucho mejor que te llames “María Rosa de Lima” …
- ¿En serio, Madre? - preguntó con aire de desmayada la Rosita.
- Sí, claro. Ése va a ser tu nombre. Cuando te llamen en la misa, tenés que decir: “Aquí estoy Señor, porque me llamaste”, ¿ok? Ahora tienen que ir a hacer la última práctica de la ceremonia. Y no te olvides: “María Rosa de Lima”.
Silencio absoluto, palidez, rostro enjuto y avejentado, como si una ráfaga de tiempo la hubiese llevado puesta hasta su imaginada vejez; nuestra Rosita no sabía exactamente qué hacer ni qué decir. Evidentemente, no le había gustado, “sensiblemente”, el nombre “elegido”. No era ella misma que lo quería ni mucho menos quien lo había elegido. Se sintió por un instante dominada, manejada y dirigida. De hecho, debía salir casi corriendo a la fila, para no desobedecer lo apenas dicho por su madre: “andá a la práctica”. Pero en verdad, lo que sentía muy profundo de su ser, eran ganas de salir corriendo, pero en dirección contraria, bien lejos, hacia su casa, su familia, de donde venía y de donde había salido, casi “arrancada”. Su identidad misma estaba en juego, y estos sentimientos encontrados la atormentaron en ese instante y durante toda la ceremonia. Su crisis había comenzado nada más ni nada menos que por su identidad: ¿Quién soy?...
Luego de las fotos y el festejo, “María Rosa de Lima” venció el miedo que la había detenido antes de la misa, y aprovechó la “alegría” que se vivía en la “familia religiosa”, y le preguntó a la Madre, con la mayor de las simpatías:
-Querida Madre, le quería agradecer por todo. Es una gracia de Dios haber llegado a este día. ¿Puedo hacerle una pregunta que me quedó en la mente, sólo por curiosidad? …
-Por supuesto Rosa de Lima querida. Te escucho.
-Madre: ¿qué pasó con los tres nombres que propuse? No digo que no me guste “Rosa de Lima”, al contrario: me encanta y les doy gracias por haber escogido un nombre tan adecuado. Pero sólo por saber: ¿había algún error con los que yo propuse? …
El rostro de la Madre se había mudado muy levemente y de a poco, a medida que la novicia se sinceraba y la acorralaba con la demanda. La “alegría” y el “buen espíritu” que antes reflejaba o fingía, en pleno festejo, mientras se desarrollaba “el fogón” dirigido por unos locos gritones que supuestamente hacían reír, desapareció definitivamente, y con una molesta seriedad maquillada de prudencia, le dijo:
-Ejem… Si, claro, por supuesto: Mirá Rosita, digo, Rosa de Lima. En verdad no hay tiempo ahora para explicarte todo en detalle, ni tampoco es el momento, ¿entendés? Pero si querés saber, es por una cuestión prudencial: es decir; tenemos que esperar un poco de tiempo a que ciertos nombres de religiosas se olviden.
-No entiendo Madre- casi interrumpió la inocente neo novicia.
- ¿Qué no entendés? - dejó mostrar su impaciencia la Maestra.
- Lo que dice de olvidar nombres de religiosas. ¿Por qué?
- ¡Ay, nena! Nada, olvidar quiere decir que la gente se olvide. O sea, te explico: los nombres que vos elegiste ya habían sido usado por otras ex religiosas, que ya no están, gracias a Dios. Y tenemos que dejar pasar un tiempo prudencial para volver a usarlos.
- ¿En serio? - comentó más ingenua que nunca la jovencita.
Y esta vez a la madre se le fue la boca y le confesó con verborragia:
-Claro querida. ¡Yo misma tengo un nombre que ya usaron tres monjas antes que yo! Lo importante es redimir esos nombres y agradecer que las traidoras se hayan ido de la congregación. Nosotras, con nuestros nombres, tenemos que hacer la diferencia, y si te pusimos Maria Rosa de Lima es porque no quedaba otro, ¿entendés? Además, vos misma “querías” llamarte con tu propio nombre. Estoy segura que vas a santificarte siendo fiel a las Constituciones y a lo que el P Volador dice.
Rosita entendió perfectamente.
Se esmeró en ser una “santa” monjita, cumpliendo al pie de la letra y lo mejor posible esas constituciones de la orden, más los consejos legendarios adjudicados a dicho fundador. Sin embargo, ese sentimiento que había tenido antes de la misa de “cambio de nombre” le duró por unos cuantos años.
Al cabo de 20 años, María Rosa de Lima, le dejó el lugar libre a otra futura postulante que se quedara sin opciones. Entregó su vida a la misión, con pasión y santidad durante 20 años. Pero, como otras tantas hermanas en religión, al paso del tiempo tuvo que salir de la orden que le había “puesto” su nombre. Volvió a ser la Rosita de siempre, con unos cuantos años más, y nunca se llegó a saber de aquella innombrable congregación sobre algún caso registrado de religiosa de 60 años. Siempre siguieron siendo numerosas jovencitas que entraban… y salían.
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