lunes, 5 de septiembre de 2022

¡Sí, mi Capitán!


Corría el cálido mes de septiembre, y los novicios de la aldea, (gentileza de sin doblez), se preparaban para vivir su místico viaje al norte, en medio de un pueblo muy devoto que, año tras año, honraba sus tradiciones con hermosas procesiones multitudinarias.

El capitán de la escuadra, técnicamente llamado "maestro", le tocó este año aprender una nueva lección, que sus superiores inmediatos no tardaron en enseñársela con un dejo de urgencia y enojo. El joven corsario no había sido precisamente el más ducho capitán en la preparación de esta travesía.

¿De qué se trataba el gravísimo error?

Muy simple... O quizás, demasiado simple había sido el flemático Maestro: Lugar equivocado. Eso era todo.

Pero, ¿cómo? … ¿Había confundido su destino? ¿Habría direccionado sus galeras hacia aguas equivocadas? No ... más simple todavía: Lugar equivocado para ir a comer…

¿Un restaurante muy caro? Tampoco.

El problema no era la falta de dinero, sino la falta de tacto.

Más tarde, el joven capitán se preguntaría si sólo había sido falta de tacto, o más que nada, de información…

Porque lo que pasó fue tan simple, como que él no sabía nada…

El error consistió en la elección de familia para ir a comer con su tropa de jóvenes hambrientos, ocurriéndosele pedir el favor a personas peligrosísimas. No vaya a ser que los novatos se enteren de la situación actual… ¡Podía ser cualquiera, todos, menos ellos! Y el Maestro no lo supo a tiempo.

Por qué cuernos se le ocurrió, -se preguntaban escandalizados los piratas mayores-, ¡pedirles justo a ellos! Parecía el colmo del destino.

Llamaron al otomano y le contaron todo lo que tenía que saber, antes de embarcarse a una zona tan dinamitada, junto con la orden de cancelar cuanto antes esa ridícula cita que ya había organizado.

El Maestro de novicios se vio en una encrucijada vital: obedecer siempre, claro, por supuesto: ¡Sí mi Capitán! Pero… a costa de dejar viejas amistades atrás. 

Todo sea por el Gran Bucanero.

 

Moraleja:

El Maestro aprendiendo todos los días algo nuevo... Los maestros no están exentos de este dicho.

Ese día, cercano a la fecha del viaje, los maestros del maestro también se sintieron discípulos, al menos, por unas horas. Porque la metida de pata, sólo daba para aprender a nunca más dar por supuesto nada, y tal vez, rever las políticas de información entre sus corsarios más cercanos.

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