viernes, 21 de julio de 2023

San Bruno en el Siglo Veintiuno

 


Y esta vez salió con rima:

San Bruno

En el Siglo 21

La monjita sólo se abría totalmente con su segundo director espiritual: el Padre Contreras. No se trataba de un director «suplente», sino más bien del más confiable, el seguro. «El titular» era parte de la actuación que le obligaban interpretar en su “familia religiosa”.

Y como su último sueño había sido revelador como el anterior del buen samaritano, no dudó en mandarle un mensajito a Contreras pidiéndolo ver en secreto. El Padre Contreras tenía un pie adentro y otro afuera de la “familia”.

-Padre, la otra noche tuve una especie de pesadilla. No paro de soñar con el P. Volador… con esto de su muerte, no dejan de alabarlo en la comunidad; ya lo tienen por santo y le están pidiendo gracias especiales.

-Cuénteme, Hermana.

-Esta vez fue bastante aterrador- prosiguió la monjita frotándose las manos de impresión que le daba. -La historia de San Bruno me la han contado tantas veces que se metió en mi sueño…

San Bruno, para los que no saben, era un monje que decidió cambiar de vida al ver a un muerto en su ataúd levantarse y decir que dejen de rezar por él porque estaba condenado en el infierno. Casualmente, el difunto tenía fama de santidad, y por lo que se deduce, era una fama bastante auténtica y no artificial. Así y todo, no había sido suficiente la fama para ingresar al Paraíso.

-Continúe Hermana.

-Es escalofriante, Padre. No sé si estaré pecando al contarle esto…- dijo la monja haciéndose la escrupulosa.

-Déjese de vueltas que tenemos poco tiempo- apuró el curita Contreras que sabía que en cualquier momento alguien lo descubriría atendiendo monjas nadalinas.

-Era el Padre…-siguió con voz temblorosa.

-¿Qué padre?…

-El Padre… Bueno; el Padre… Volador.

-¿Y?

-Era él, digo, que estaba muerto en el féretro. Y todo sucedía acá en San Rafael. Lo habían traído de Génova y lo estaban por enterrar en una fosa común… o sea… no común-común, sino común, normal, como todas las demás…- terminó de expresarse la complicada religiosa.

-Ok- alentó el curita cada vez más intrigado. -¿Y qué tiene que ver San Bruno?

-Ahora le cuento, Padre. De repente lo ví a San Bruno, en el fondo del enrome grupo de gente que había allí, con hábito de trapense, austero y serio, y me miró a los ojos como comunicándome algo. Yo entendí que me quería decir que vaya más cerca del cajón de Volador, y así lo hice.

Llegado el mejor punto del relato, la monjita cambió súbitamente de tema:

-Padre, no hizo mate esta vez…

-Hermana, ¿qué tiene que ver el mate ahora? Termine de una buena vez, que tenemos vigías por todos lados, y más en estos tiempos de luto institucional.

-Perdón. El tema es que me acerqué con miedo… Usted sabe que el Padre Volador no me simpatiza mucho. Y entonces, cuando le hacían el responso en latín… ¡Se ABRIÓ EL CAJÓN!

– Jejeje. Ya me imaginaba- sonrió Contreras. – Y después dijo “Por justo juicio de Dios” …

-«He sido condenado»- completó la monjita horrorizada. – Dejen de rezar por mí, dijo. Y se tumbó para siempre. Me desperté a las 3 de la mañana convencida de que el sueño era realidad. Me costó mucho volver a dormir. Y hasta ahora tengo esa imagen grabada. Una cara… la cara de siempre del Padre, digamos… Pero desesperada…

El Padre Contreras no dijo nada. Hubo un silencio sepulcral entre los religiosos disidentes.

A los pocos días, cuando el funeral estaba por hacerse realidad, la monjita encontró una excelente escusa para no asistir. No le creyeron, pero la dejaron. Total, ya sabían que era de las “espías” o algo así. La división de su “familia religiosa” era cada vez más evidente.

Y del Padre Contreras no se supo más nada. La monjita dedujo que se había hecho diocesano por un comentario que escuchó de otra monjita que repetía la conocida frase. “Pobre… se fue mal y está en Buenos Aires con los progresistas. Perdió el espíritu de la Congre. Dios lo perdone”.

En cuanto al Padre Volador… nunca se supo si “voló” realmente de Italia a Argentina, o mandaron en su lugar un muñeco.

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